Se ha abierto una brecha.
Un atisbo de esperanza; un repentino fulgor que alimenta tus ambiciones. Tus deseos más profundos. Tus sueños.
Aquel rayo de luz que quieres ignorar por lo que puede despertar en ti. Aquello que de antemano sabes que te va a doler, pero aún así no puedes evitar; es por eso que a menudo preferimos mirar hacia otro lado y que todo siga como hasta ahora.
...Pero ya es tarde.
Vuelven la ansiedad, las noches sin dormir, esas sombras que anidan en tu estómago y no dejan a tu mente trabajar con normalidad. Esa odiosa sensación de desasosiego, de intranquilidad. Ese remordimiento de saber lo que quieres y no hacer nada por conseguirlo. Esa impotencia acompañada del rechazo. Ganas de evadirte de todo, de abandonar tu lugar y huir, huir de todo lo que te rodea: de las mismas costumbres, los mismos sitios y las mismas caras. Las ganas de desaparecer, irse lejos y no volver, de renunciar a todo, todo cuanto pueda hacerte daño, todo aquello que pueda desaparecer dejando un inabarcable vacío en tu pecho. Todo lo que en un momento te hace grande para más tarde esfumarse sin dejar ni rastro, la NADA, sencillamente, a excepción del recuerdo, comparable con el veneno, una enfermedad, una tormenta.
¿Quién puede vivir con tanto veneno en la sangre?
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